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Melissa ChurchTenemos una casita para pájaros azules en la ventana de nuestro solario. Para disgusto de mi marido, los únicos residentes que hemos tenido desde que la instalamos han sido gorriones. Muchos, muchos gorriones, todos de la misma familia, muy probablemente. La pequeña pareja empezó temprano este año y ayer vimos al primero de muchos bebés emprender el vuelo. Volaron hasta el alféizar de la ventana de nuestro dormitorio, donde se acurrucaron juntos (dos de ellos) y espiaron desesperadamente en busca de más instrucciones. Allí se posaron toda la noche, despertándose antes del amanecer para comenzar su protesta de piar hambrientos en serio.
Anoche, mientras nos sentábamos junto a la ventana del dormitorio y los observábamos, deseé poder capturar la imagen de los bebés en la cornisa, piando como locos, mientras que, justo detrás de ellos, en la mesa del patio, papá estaba posado con una larva que todavía se movía en el pico. Tentador. Invitante. Escuchando. Sabía que había una lección allí, pero me llevó hasta esta mañana llegar realmente al meollo del asunto.
Mi hijo y un amigo tuvieron una discusión muy pública a través de Facebook. ¿Estás poniendo los ojos en blanco? Ah, sí. Bienvenidos a la vida con un adolescente. Las consecuencias resultantes aún no se han manifestado hoy y estoy sentada junto al teléfono esperando ansiosamente esa llamada de la oficina del director mientras rezo sin cesar para que Dios obre en las circunstancias. El problema es que soy su madre. Mis oraciones por él no son tan audaces como las que estoy dispuesta a rezar por el hijo de otra persona. Aunque tengo el mismo deseo para todos nuestros hijos –que caminen con Dios y lo conozcan plenamente– no quiero que MI hijo sufra para aprender la lección. Aquí es donde comienzan los mirones.
Mientras luchaba con Dios esta mañana por la situación de mi hijo, mi propia preocupación y mi incapacidad para dejar de lado mi voluntad a favor de la de Dios, recibí un correo electrónico de una amiga cercana pidiéndome que orara por algunas circunstancias específicas de su hijo. Cuando respondí a su correo electrónico, asegurándole que estaba con ella en oración, me di cuenta de que yo también necesitaba ayuda. Una gran ayuda. ¡PEEP! Después de pedirle sus oraciones a cambio, le dije que podía vernos a los dos de la mano en el trono de la Gracia elevando las oraciones del otro. ¡PEEP! Y le dije que me recordaba a los dos pollitos en el alféizar de mi ventana asomándose a su papá. ¡PEEP PEEP!
En la Palabra de Dios, Él no sólo nos manda a orar sin cesar y a no estar ansiosos por nada, sino que por Su propia naturaleza nos invita y nos incita a orar. Él es el amor que necesitamos. Él es el consuelo que deseamos. Él es la paz en nuestras circunstancias. Él es nuestra seguridad y nuestra esperanza. Él es una torre fuerte donde los justos (y los cobardes) corren a refugiarse. Él es. Él es. Odio decirlo, pero Él es papá pájaro con una gran y gorda comida y todo lo que tenemos que hacer es volar hacia Él para obtenerla. Pero a veces no somos lo suficientemente fuertes para llegar allí, y necesitamos que alguien se acurruque a nuestro lado y ABRAZO con todo su corazón por nosotros.
Así que, aquí tenemos la esperanza de que tengas algunos "amigos" que te acompañen a mirar al trono. No tengas miedo de pedirles ayuda para orar para que se cumpla la voluntad de Dios cuando no tengas la fe para seguir adelante. Dios está esperando cosas buenas para aquellos que miran fijamente.
“ ¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará buenas cosas a los que le pidan? ” Mateo 7:7-11