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Autor
Melissa ChurchDe camino a mi día de voluntariado siempre me detengo a comprar un refresco en la gasolinera local de comida para llevar. Esta mañana, mientras conducía, también estaba escuchando a Chuck Swindoll predicar sobre Romanos 8. Este capítulo tiene un lugar especial en mi corazón. Sobre todo porque viene antes del espinoso capítulo 9. Tiendo a querer terminar la carta a los Romanos con esas palabras beatíficas finales del capítulo 8: “Porque estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados, ni lo presente ni lo por venir, ni poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Llegué a la estación a mitad del mensaje del pastor Swindoll y, al apagar el motor, me quedé pensando que nada puede separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús, nuestro Señor. Yo creo en esto. He superado algunas mentiras en mi vida y he llegado a un punto en el que sé que sé que ni siquiera yo soy más grande que este amor. Ni siquiera yo puedo hacer nada tan malo como para que Dios deje de amarme. Pero lo que se me quedó grabado (perdón por el juego de palabras) este día fue que nada puede separarme de Su amor. Reflexionando sobre cómo podría ser esto, cómo sentirlo, entré a la estación para comprar mi refresco.
Ya sabes que siempre me pasa así: en los momentos mundanos de mi vida, Dios aparece. Y allí estaba, en la fuente de refrescos. Más concretamente, en las tapas. Sí, sí... ya estás ahí, ¿no? Si alguna vez has comprado un refresco en una gasolinera, ya sabes que no hay forma de separar esas tapas. Tienes una mano llena de refresco, la otra agarrando las llaves, el cambio y la pajita, ¡y tienes que despegar una sola tapa de la funda de plástico con bridas fabricada en fábrica! No se puede hacer. Se necesitan dos manos, mucho sufrimiento y estar firmemente en su lugar, con una mente completamente insensible a la idea de que incontables manos más han tocado todas... unas... tapas. Mientras luchaba contra las leyes de la naturaleza, me quejaba de que ni la vida ni la muerte, ni los ángeles ni los demonios, ni el presente ni el futuro... ¡no, NINGÚN poder en toda la creación podría separar esas tapas unas de otras! Y entonces me vi a mí mismo. Y entonces vi a Dios y me alegré al ver aquellas tapas de plástico pegadas unas a otras como si fueran de una sola pieza.
Es una tontería, soy una chica tonta y ahí es donde el Señor me encuentra, pero aun así, espero que cuando no estés segura de saber lo que sabes, puedas recordar esos párpados enloquecedores y tener la seguridad de que nada... nada... no, nada podrá separarte jamás del amor de Dios. Es como si estuvieran forjados juntos como uno solo.